domingo, 30 de agosto de 2020

Ante una "nueva normalidad", un Nuevo Amor.

 Ante una "nueva normalidad", un Nuevo Amor.


Pbro. Lic. Saúl Ragoitia Vega

Párroco de la Divina Pastora, 

San Francisquito, Querétaro.

25 julio de 2020

  1. INTRODUCCIÓN: 


Testimonio de un cura ante la pandemia.


A finales del año 2019, se escucha con gran alarma la propagación de un virus llamado COVID-19, sin pensar que a principios del 2020 se fuese a declarar una pandemia. Parecía que este virus estaba muy lejos de nosotros, concretamente al otro lado del mundo, sin embargo sorprendidos vimos como se iba acercando desde Asia a Europa: Italia, España, etc., como se expandía, cundía el miedo, crecía el numero de infectados y al mismo tiempo un número creciente de muertos, y aún así se veía muy lejos.


Pero al fin, llegó a nosotros, yo venía de un viaje de Europa, a principios de marzo, tome todas mis precauciones y puedo decir que ciertamente tenía mis dudas pero a la vez mis temores, a mediados de marzo llegué a mi parroquia y me auto declaré en estado de cuarentena (por si las dudas) y a los dos días posteriores se declara cuarentena nacional. Surgen las interrogantes ante el decreto de cerrar los templos por el culto, suspensión de clases, y de actividades masivas, se comenzaron a difundir indicaciones de cómo prevenir y cómo cuidarse, un nuevo lenguaje empezó a surgir, sano distanciamiento, quédate en casa, lávate las manos, cúbrete con tu antebrazo antes de toser estornudar. Posteriormente la incertidumbre de usar cubre bocas y caretas, guantes de latex, y soluciones sanitizantes, etc., Podemos decir que al principio vino la confusión después la incertidumbre, (es decir más confusión), “el virus mata, pero no tanto”, “que se cuiden los más vulnerables” (niños, ancianos, enfermos). 


La supuesta información por  parte de expertos, más que aclararnos las dudas las agrandaban más; después nos vimos presa del temor incluso del pánico, nuestra vida cotidiana ha sido trastocada en todos los sentidos, en lo económico, laboral, educativo, y por supuesto religioso. Ya no solo era el COVID 19, eran todas sus repercusiones. Estábamos ya frente a la pandemia.


Se llegó a pensar que algo había detrás de todo esto: cuestiones de poder, de intereses políticos y económicos, incluso alguien llegó a decir que esta pandemia “caía como anillo al dedo”: a muchos los llevó a la incredulidad: “esto del virus no es cierto”.


Desde mi parroquia meditaba y sufría toda esta situación, se emitió un decreto de cómo enfrentar esta pandemia desde nuestros templos con nuestros fieles; los obispos daban indicaciones de cuidados, de ser responsables, de poner en primer lugar la salud como un bien fundamental de la persona, de ser responsables  y de promover la solidaridad y el cuidado de los otros.


¿Cómo enfrentar esta pandemia desde la fe, como enfrentarla desde nuestros templos, desde nuestras comunidades parroquiales, desde la sociedad, desde las familias y de manera personal?


Inmediatamente nos dimos a la tarea de aprovechar los medios digitales a nuestro alcance, comenzaron las conferencias virtuales, la celebración de la Santa Misa a través de diferentes plataformas que para muchos nos resultaban difíciles, desconocidas y complicadas, y peor aún, muchos no tienen la posibilidad de acceder a ellas, un nuevo reto, ¿cómo llegar también a ellos?.


Con gran dolor cerramos la puerta del Templo, pero gran esperanza se abrieron muchas Iglesias en casa, “domus ecclesiae” o casa de la Iglesia, como lo expresaba una caricatura donde el Diablo se reía de Dios, diciendo, “no que no se cerraban las iglesias (por el COVID 19), y Dios le contestaba: “si, pero se abrieron mucho más Iglesias en cada hogar”. Pero con más dolor e impotencia, me preguntaba ¿cómo acercar a nuestros fieles los sacramentos, como auxiliar espiritualmente a los enfermos, como acompañar en el duelo a las familias que han perdido a sus seres queridos, sin la oportunidad de estar con ellos en la agonía, ni en la muerte ni en el funeral, y sin poder velarlos y enterrarlos cristianamente? ¿cómo ayudar a los que se quedaron sin trabajo, que no tiene para comer, a los migrantes?


Y vino el despertar, de hecho, por las redes comenzó a circular el siguiente mensaje: “los curas han despertado”, pues se comenzó a tener presencia en las redes sociales como nunca antes se había visto, se despertó la pastoral social para ayudar a los mas vulnerables.


Creo que más que despertar en el sentido estricto, Fue un incentivar la creatividad y el celo por nuestros fieles y poder responder a su dolor y sufrimiento y a la pregunta de ¿cómo podemos guiar las almas de todos nuestros feligreses que ahora se encontraban no sólo azotados por una pandemia, sino además privados de la eucaristía, de la confesión, de los sacramentos en general, de poder acudir al templo. Surge así la esperanza y la alegría que sólo Cristo nos da, marcada por un “antes”, “ el ahora” y “un después” de la pandemia.

2. LA NORMALIDAD: ANTES DE LA PANDEMIA

Pareciera ser que antes de la pandemia, la vida, tal como se estaba viviendo era simplemente normal.


Esta normalidad puede ser entendida de dos maneras: 

  1. La primera, una vida simplemente sin COVID 19 (sin todas las complicaciones y repercusiones que esta pandemia conlleva y que hoy estamos enfrentando).
  2. La segunda: una vida que por la fuerza de la costumbre se ha vuelto normal, como si nos hubiésemos acostumbrado a vivir normalmente con la pobreza, con la violencia, con la guerra, con muchas otras enfermedades, con la migración, con una sociedad egoísta y secularizada, con una fe a medias, con corrupción e impunidad, con injusticias, con carencias de servicios de salud, con crisis educativa, económica, política, ecológica, cultural, de fe y familiar, etc.

Da la impresión que, lo que hoy estamos viviendo, al ser una pandemia, es decir, con impacto mundial (global) nos ha hecho recapacitar y detenernos para ver el “antes”, el “ahora” y “el después”, y nos ha exigido replantearnos la vida y verdaderamente ponderar la “supuesta normalidad” (como mera costumbre) que se venía viviendo, y hacer una planteamiento existencial desde una “nueva normalidad”.

Esta “nueva normalidad” es un llamado a “renovarnos”; conocemos la expresión “renovarse o morir”, que señala la necesidad saludable de hacer cambios sustanciales y radicales, pero creo que ayudará más, en este sentido las palabras de Jesús “a vino nuevo, odres nuevos” (Mt 2,22) que con más claridad iluminan este camino de la “nueva normalidad”, y que yo más bien lo llamaría “renovación”.


3. LA NORMALIDAD TRASTOCADA.

No hay nada mas terrible que la incertidumbre, pues nos lleva a una inseguridad existencial, donde falta la confianza y la certeza, tal como lo estamos viviendo durante esta pandemia, donde la “normalidad ha sido trastocada”, pues se ha trastornado y alterado nuestra vida, en todos los aspectos.


¿Cómo tener certidumbre?. Ciertamente el virus del Covit19 existe, no es tan mortal pero si mata. Existe como muchas otras enfermedades, inclusive hay unas que son más mortales y que afectan más a la población. Estamos viviendo una pandemia como las ha habido en otros tiempos. Al ser una pandemia hay que cuidarnos y cuidar a otros, tomar medidas para evitar el contagio o contagiar sobre todo a las personas más vulnerables. Parece que el problema es el grado de propagación mas no de mortandad, aunque si mata.


Es algo con lo que tenemos que aprender a vivir no solamente de ahora en adelante, sino que es algo de lo que siempre hemos tenido que cuidar la salud


Al ser una pandemia es decir que afecta a toda la humanidad trae consigo muchas repercusiones muchos cambios: en nuestro estilo de vida en nuestra sociedad en la economía en la educación en la fe. Tendrán que surgir nuevas formas de afrontar esta situación.


Los nuevos protocolos para evitar la propagación y mitigar la pandemia, nos han llevado a hacer cosas que parecen extraordinarias, cuando en realidad de por sí, deberían ser ordinarias.


De igual manera, todas las consecuencias de esta pandemia nos han llevado a reflexionar y a proponer soluciones, que desde antes debieron hacerse y tomarse, y que hoy al acentuarse las problemáticas, por fin se han convertido en cuestiones preponderantes.


Nos hemos dado cuenta, de lo vulnerables que somos, del cuidado de la salud (tanto de los servicios públicos, como del cuidado personal), del valor de la familia, de la solidaridad, de la importancia del “otro”, como mi hermano, de la educación (tanto el papel de las escuelas, como de los padres de familia, como primeros educadores) de la grandeza de nuestra fe (mas allá del templo, de como hoy resurge la Iglesia en el hogar), del uso de las comunicaciones, del trabajo, de erradicar la violencia, la pobreza, la marginación, la importancia de la Casa Común, nuestra responsabilidad ecológica. En este momento la pregunta sería ¿qué he aprendido de esta pandemia?


Con esta pandemia se han acentuado mas que nunca nuestra fragilidad, y se ha puesto en evidencia que lo que llamamos vida normal, -supuesta normalidad-, no lo era tanto, pues, se viene arrastrando un estilo de vida marcado por la globalización pero del egoísmo, del individualismo, del secularismo, del consumismo; más aún, existe un virus todavía mas mortal “una cultura de la muerte”. Pero no nos habíamos dado cuenta (supuestamente), pues esta supuesta normalidad, nos adormeció, y calladamente la sufríamos, como que nos acostumbramos, y eso no es normal.


Sí, nuestra vida ha sido trastocada, pero ante la acentuación de la problemática  -que ya veniamos arrastrando- durante esta pandemia, surge la imperiosa necesidad, no solo de nuevos protocolos de prevención y actuación inmediata para mitigar la pandemia, sino una nueva normalidad, que como ya había anunciado, la traduciría como un momento de una verdadera “renovación”, con nuestra mirada puesta en la gran esperanza cristiana de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,9)


4. UNA NUEVA NORMALIDAD: UN NUEVO AMOR


Se ha anunciado un regreso a la normalidad, llamada “nueva normalidad”.


Por un lado, se ha dicho que parte de las características de esta “nueva normalidad”, está, el activar la economía, sobre todo de las familias, de los pequeños negocios, de las empresas, de las naciones, impulsando así el empleo y garantizar el desarrollo y el progreso de manera equitativa y solidaria; mejorar los sistemas de salud (pues fuimos rebasados y vimos nuestras carencias), de mejorar la educación; eclesiálmente, mejorar nuestras prácticas pastorales sobre todo hoy que hemos re-descubierto la grandeza da la Iglesia en casa.


Pero con ello, surgieron nuevo retos sociales: erradicar la violencia, la pobreza, la injusticia, fortalecer la familia, etc., ¿pero, qué no es lo mismo lo que ya adolecíamos con lo que hoy nuevamente reclamamos, y queremos llamar “nueva normalidad”?  Podríamos quedarnos solo en el ámbito económico, en cuanto a la reactivación de la economía, pero que decir, cuando vimos cómo durante la cuarentena, nuestro planeta, casa común, respiró. Regresaremos a caso a sofocar a nuestra tierra volviendo a la normalidad sin ningún cambio. ¿Qué es lo que verdaderamente cambiara con la nueva normalidad?


Creo que una verdadera nueva normalidad, solo tendrá validez y éxito, si volvemos al amor, un nuevo amor, una amor renovado, que supere un virus todavía peor que el coronavirus: “el egoísmo indiferente (Papa Francisco); un amor enraizado en la fe, para ser capaces de interpretar los signos de los tiempos; que supere el conflicto que existe entre dos amores, tal como lo dice San Agustín: “…el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios” (cfr. San Agustín, De Civitate Dei, XIV, 28: CSEL 40 II, 56 s.) 


Para comprender mejor esto, retomo las Palabras de San Juan Pablo II en Familiaris Consortio n.6, que hablan sobre la situación de la familia en el mundo de hoy y de este conflicto entre dos amores: 


La situación en que se halla la familia presenta aspectos positivos y aspectos negativos: signo, los unos, de la salvación de Cristo operante en el mundo; signo, los otros, del rechazo que el hombre opone al amor de Dios…La situación histórica en que vive la familia se presenta pues como un conjunto de luces y sombras. Esto revela que la historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad, más aún, un combate entre libertades que se oponen entre sí, es decir, según la conocida expresión de san Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios. Se sigue de ahí que solamente la educación en el amor enraizado en la fe puede conducir a adquirir la capacidad de interpretar los «signos de los tiempos», que son la expresión histórica de este doble amor.”


Me atrevería a aplicar esto no solo a la familia doméstica, sino a la gran familia humana. Aprovechemos esta historia que estamos viviendo con sus luces y sombras, y aún cuando el progreso es necesario, lo es mas aún la libertad  para enfrentar nuestro egoísmo y desde la fe, nuestro amor tenga su fuente en el amor de Dios: un amor renovado en Dios: es decir, pasar del amor a nosotros mismo marcado por el egoísmo, a un encuentro primero con el amor de Dios, solo así podemos hablar de un nuevo amor.


5. GRANDES RETOS: CONSOLAR, CUIDAR Y ACOMPAÑAR


Hace poco, tuve una reunión virtual con hermanos laicos y sacerdotes, todos ellos asistentes y asesores espirituales de diferentes proyectos pastorales, y analizábamos las consecuencias de la pandemia y nos preguntábamos que teníamos que hacer, y después de muchas opiniones, concluimos que, seguir “anunciando la buena nueva de Jesucristo”, esto no cambia, lo que cambian son las circunstancias, más bien lo que teníamos que preguntarnos es sobre ¿cómo lo íbamos a hacer en estas circunstancias particulares?

Así pues tenemos que seguir anunciando la Buena Noticia de Jesucristo, quien nos consuela, cuida y acompaña, con amor misericordioso.


Como discípulos de Cristo esta es nuestra tarea desde una amor recibido y hoy renovado: Consolar, cuidar y acompañar, con una perspectiva testimonial, de responsabilidad personal, desde el otro, familiar y comunitariamente.


Sobre todo tenemos que cuidar lo que tenemos, lo que somos


A todo ser humano: hay que quitarse las sandalias delante de la tierra sagrada del otro (cfr. Ex 3,5). Hoy no solo es cuidarme yo, sino es cuidar al otro, que es mi hermano, tierra sagrada. Sobre todo al mas vulnerable.


A la familia: “En este tiempo de pandemia, las familias en todo el mundo han demostrado ser el recurso más importante de la sociedad”. “Con su resiliencia se han convertido en una fuerza motriz y difusora del sentido de responasabilidad, solidaridad, del compartir y de la ayuda recíproca en la dificultad”. Estas siguen siendo un gran amortiguador económico, social y educativo”. A nuestro matrimonio: a mi esposo, mi esposa.


A los hijos: LA EDUCACIÓN: Una de las preocupaciones más grandes de las familias hoy es la educación, frente a una sociedad dominada por una tecnología difusa que aleja a los jóvenes de las auténticas relaciones humanas, de un modo de vivir la sexualidad que o les ayuda a comprender el valor del cuerpo y la entrega de sí mismos en el matrimonio y la familia”. 


A nuestros abuelos, A nuestros enfermos. Nuestra salud: Ante la pandemia que estamos viviendo ha surgido un nuevo lenguaje un lenguaje que nos lleva a tomar conciencia no solamente en el cuidado de nuestra propia vida de nuestra salud sino un lenguaje que nos lleva a tomar también cuidado de los que nos rodean: quédate en casa, lávate las manos, mantén tu distancia distanciamiento social. semáforos sociales que nos llevan a entender la gravedad o la disminución de los efectos en la vida de las personas en esta pandemia, hasta el punto de llegar a un entrenamiento social en pro de la salud.

Nuestra trabajo; nuestro dinero: administrar; nuestros valores; nuestra fe: sobre todo la familia Iglesia en casa.; nuestra casa común

Que este tiempo de regreso a la nueva normalidad, realmente signifique un deseo de renovarnos, desde un nuevo amor; a vino nuevo odres nuevos, y en Cristo podremos ser creaturas nuevas: San Pablo dirá: “el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Cor. 5,17).

Familias les animo a no perder la esperanza, quien nos sostiene es Dios, hoy la situación nos exige responder como lo que somos “hijos de Dios”. Y no olvidemos: “que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8,18).

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