26 de noviembre de 2017, San Francisquito, Qro.
La Voz del Párroco, Boletín Parroquial Missio, n.18
El tiempo litúrgico culmina con la fiesta de Cristo Rey, y es precisamente eso “el culmen”, tal como lo expresamos con gran fe cuando cantamos “Que viva mi Cristo, que viva mi Rey, que impere doquiera, triunfante su ley”, es decir, que lo aceptamos totalmente en nuestra vida, por eso oramos en el Padre Nuestro “hágase Tú voluntad”, y no “mi voluntad”.
Jesucristo vino a establecer su Reino, y nos ha llamado a ser parte y no solo eso, sino que de manera activa, somos invitados a participar construyendo y extendiendo su reinado a todas partes, tal como se expresa en la plegaria eucarística Vb del Misal Romano (Edición 1991) “Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz”.
Esta es precisamente nuestra tarea, de ir construyendo su Reino, que ya está presente, y haciendo posible el poder vivir el “cielo desde suelo”, pues por el bautismo, al ser ungidos, somos constituidos reyes, no “para ser servidos, sino para servir”, por eso oramos: “danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido”
El Reino de Dios, ya está aquí, con Jesucristo, somos parte de el, y llamados a construir, pero para entrar al Reino, se requiere ser como “niños”, no es un llamado a ser infantiles, sino ante todo es recuperar la pureza y la inocencia. Pureza de intención, en nuestras palabras, pensamientos, en la forma en que miramos; e inocencia, muchas veces mal entendida, como si quien es inocente fuera tonto, y no es así, quien vive la inocencia saca de su vida toda malicia; quien nos la quita es el pecado, que nos lleva a no hacer la voluntad de Dios, sino lo que se nos pegue la gana, haciendo a un lado el reinado de Dios, y lo que impera, será entonces la “mentira, el odio, el libertinaje, la injusticia y la guerra”.
No podemos permitir que impere el mal, es el momento de proclamar a Cristo como nuestro Rey, recordemos que el mal que sufrimos no es por la maldad del malvado, sino por la apatía del bueno, esto lo entendieron bien nuestros mártires mexicanos, quienes dieron su vida por su fe, por su Iglesia, por el Reino, es el momento de levantarnos y trabajar por el reino y a una voz gritar: ¡Viva Cristo Rey!
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