PONENCIA
CONGRESO
FAMILIA Y ESCUELA: LA CLAVE DE LA EDUCACIÓN EN VALORES
21 al 22 de octubre de 2016
Zagreb, Croacia
Pbro. Lic. Saúl Ragoitia Vega
Asesor Mundial de la ICCFM
Introducción
Para considerar el impacto positivo de la educación religiosa en el desarrollo de la personalidad, primeramente hay que decir, que un elemento constitutivo del ser mismo de la persona es su conciencia de la trascendencia, hay una referencia que va mas allá de lo inmanente ante las preguntas mas sustanciales sobre la vida: quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos, que sentido tiene la vida y la muerte, etc.
Esta visión de lo trascendente nos ubica en el aspecto religioso, entendiendo la religión como “religare”, es decir, ese vínculo del hombre con lo Trascendente en su doble movimiento vertical: ascendente y descendente: hombre-Dios – Dios-hombre; y horizontal: hombre-Dios-hombre. Por eso no se puede evitar una educación religiosa, pues esta no solo ayuda, sino que es parte esencial del desarrollo de la personalidad, pues es algo inherente a la persona misma, en cuanto a su madurez y crecimiento; de faltar, se corre el riesgo de caer en los extremos: podemos ir de la mundanización y secularismo, que sustrae toda cuestión religiosa (lleva al ateismo) al punto de pretender ser “dioses”, hasta el fanatismo, que llega a deshumanizarnos sustrayendo nuestra humanidad misma.
En segundo lugar hablar de la personalidad recordemos que es la progresiva manifestación de las características de la persona, que le permiten su desarrollo gracias a los diversos factores: sociales, psicológicos y morales; de ahí la importancia de la educación en todos los niveles y por supuesto la educación religiosa, que supone una visión integral de la persona, ante todo que reafirme el valor de la persona y contribuya en el desarrollo de su potencial humano a nivel cognitivo, afectivo, social, profesional, ético y espiritual.
Entendiendo esto la educación religiosa no es opcional sino fundamental en el desarrollo de la misma persona y de su personalidad.
Aclarando esto, nos preguntamos ¿cuál es el impacto positivo de la educación religiosa en el desarrollo de la personalidad?. Sin mayor pretensión y solo con la intención de provocar la reflexión quiero responder a la pregunta presentando 10 ideas generales:
- Sentido de Trascendencia.
Este sentido de trascendencia nos hace percatarnos de que no somos omnipotentes, no somos “dioses” llenos de soberbia; es un reconocimiento humilde de nuestra condición terrenal que nos mueve a buscar respuestas mas allá de nosotros mismos; además, el deseo de plenitud, nos mueve a levantar la mirada hacia el cielo, pero sin dejar de poner los pies sobre la tierra. Esto nos hace ser religiosos: con sed de trascendencia, que se ve saciada con la “revelación” en es movimiento doble: vertical donde se da lo ascendente cuando el hombre busca a Dios y descendente cuando Dios sale primeramente al encuentro del hombre “revelándose”; es la vivencia de la Teofanía y epifanía; y horizontal, pues no vamos solo, caminamos con el otro, el hermano, el prójimo.
- Sentido de la vida.
El filósofo Aristóteles dijo que el hombre es como una flecha lanzada al aire: no sabe de donde viene ni a dónde va. La persona religiosa si conoce la respuesta sobre el sentido de la vida y de la existencia; este es el mayor impacto de la educación religiosa sobre todo ante la realidad de tantas personas viven en la incertidumbre y en el sin sentido de la vida.
- Nos da identidad.
La visión equivocada que afirma que “la persona vale no por lo que es, sino por lo que tiene”, ha llevado al deterioro de la propia identidad de tantas personas, que se ven impulsadas a seguir estereotipos maquillados de personalidades ficticias por el materialismo. Una auténtica educación religiosa enseña la grandeza de la persona, como ser único e irrepetible, con un valor y dignidad absoluta.
- Nos lleva al encuentro del otro: alteridad.
Ante el individualismo, que nos encierra en nosotros mismos, y nos hace incapaces de ver al otro, el impacto de la educación religiosa nos lleva a descubrir nuestra alteridad, somos con el “otro”, no somos islas; si que poseemos una individualidad, pero que se ve enriquecida con el otro, es el sentido de “prójimo”; nos capacita a salir al encuentro del otro con generosidad y apertura, forma en la solidaridad y sobre todo en el compromiso social; en el cuidado de la “casa común”.
- Nos da madurez.
La falta de madurez es causa de inestabilidad y frustración en la vida. La madurez humana nos ayuda a integrar todo nuestro ser, es lograr la coherencia entre lo que se es y lo que se profesa. Es un proceso en el que se cultivan los valores y las virtudes.
La madurez ayuda a integrar las fuerzas emotivas con la ayuda de la razón; también es alcanzar una recta conciencia, es potenciar la cualidades y virtudes de la persona. Además una persona madura sabe reconocer sus debilidades y aceptar sus errores, pero sobre todo corregirlos y de ellos sacar sus fuerzas.
- Armonía interior.
Ante lo ficticio, superfluo y desechable; ante lo caótico y vertiginoso de la vida, urge sintonizar y meter en armonía a la persona. Esta es la tarea e impacto de la educación religiosos que lleva a la vivencia de la armonía interior, es la integración de todas las cualidades, es desarrollar todo un compendio de valores, que hacen de esta tarea algo verdaderamente no solo artesanal, sino una auténtica obra de arte.
Intelecto, ideas, memoria, imaginación, voluntad, emociones, todas las facultades humanas y espirituales hay que ponerlas en armonía y proporción. Es la lucha por la coherencia de la persona, la integridad del ser humano.
- Humaniza.
El utilitarismo ve al ser humano como objeto y no como sujeto, llegando a decir “vales tanto cuanto me sirvas”; una educación religiosa que no tenga presente el valor y dignidad absoluta del ser humano, lleva a una deshumanización. Por tal motivo el impacto mayor es precisamente humanizar; es reconocer la grandeza de la persona en medio de la creación, es reconocernos los unos y los otros, dejando a un lado las desigualdades, las clases sociales, las brechas entre ricos y pobres., las fronteras, los muros, las ideologías.
- Construye el carácter moral.
Ante la búsqueda del placer por el placer que promueve el hedonismo, lleva a la persona a no ser dueña de sí misma, llevándola a un libertinaje moral y a vivir esclava de sus propias pasiones, urge la formación del carácter moral.
En este sentido otra de las tareas de la educación religiosa en el desarrollo de la personalidad es precisamente el formar el carácter de la persona, que la hace dueña de sí misma, que se gobierna ante sus pasiones, sentimientos e impulsos; construye la moralidad de la persona haciéndola más libre, conciente y mas responsable, de su propio actuar en todas sus dimensiones.
- Forma la conciencia.
Es alarmante como el mal hoy es disfrazado de bien, y la mentira de verdad; el subjetivismo moral hacen del actuar del hombre algo relativo, en donde se ponen en entredicho los valores, el bien, lo que es justo, lo que es bueno, verdadero y correcto.
Ante esto la formación de la conciencia moral que ofrece la educación religiosa ayuda al hombre al conocimiento de la verdad y a la vivencia de su libertad, que tiene como por objeto el bien en sí mismo y por tanto el alcance de la felicidad.
- Forma en el amor.
Todos tenemos necesidad profunda de amar y de ser amado: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida carece de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace suyo, si no participa de él vivamente” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, nº 10).
San Agustín dirá: “El amor determina el peso de una persona” (Confesiones, cap. XIII, 10). El amor hace al hombre capaz de entrega, donación, sacrificio. Es parte constitutiva de la misma condición humana. Por eso en definitiva el impacto mayor de la educación religiosa es precisamente formar en el amor.
Conclusión
Con todo esto, sin lugar a dudas el desarrollo de la personalidad es un trabajo artesanal que requiere inteligencia, creatividad, sensibilidad, dignidad, pero ante todo un sentido profundo de lo religioso, que nos lleve a empeñarnos en poder ofrecer una educación religiosa desde la familia, escuela y sociedad.