01de junio de 2019, San Francisquito, Qro.
La Voz del Párroco, Boletín Parroquial Missio, n.37
La expresión ¡me quito el sombrero!, es una acción para expresar admiración y respeto a una persona, tal como nuestra gente que acostumbra el sombrero, que al saludar y mostrar cortesía a los demás, se quitaban el sombrero.
En este sentido, recuerdo que en una ocasión al estar en la entrada del templo, una madre que iba con su hijo quien traía una cachucha, le dijo enfáticamente ¡quítese la gorra, que vamos a entrar en la casa de Dios!, de inmediato el joven se quitó la gorra, pasaron al templo y se arrodilló, junto con su madre, e hizo la señal de la cruz.
Lo mismo que hace mucha gente, que al pasar frente alguna Iglesia se persigna y si traen sombrero o gorra, se la quitan, para saludar a nuestro Dios.
Esta conciencia de saber que es la casa de Dios y de que es un lugar sagrado, lamentablemente se ha ido perdiendo; ¿cuántas veces pasamos con indiferencia y descuido delante de la casa de Dios y ni saludamos, mucho menos entramos a visitarlo?.
Hoy no solo habrá que quitarse el sombrero, sino apagar el celular, ir con vestimentas dignas sabiendo que al entrar al templo, vamos al encuentro de Dios o que al ira a misa, vamos a una gran fiesta, no a un día de campo. Es tener esa humildad para aprender a arrodillarme ante Dios, y reconocerlo como Rey y Señor.
¿Qué tanta conciencia tenemos de la presencia de Jesús en el sagrario, y más aún, de saber que al estar expuesto en la custodia, ahí está de manera real y grandiosa; que pueda moverme a arrodillarme y postrarme, ante el mismo Dios?.
Como hijos de Dios, somos llamados a amar a Dios sobre todas las cosas, por eso, somos llamados a adorarlo, tenerlo siempre en primer lugar, no en segundo ni en tercero; San Juan Pablo II dirá que adorar a nuestro Dios es una “dulce obligación de amor”. Todos somos llamados a ser adoradores. Y este amor a Dios se tiene que ver reflejado en nuestro amor al prójimo; quien es adorador sabe reconocer a su prójimo como hermano.
Creo que si en verdad fuera tan grande nuestra fe, al reconocer a Jesús, en la Eucaristía, caeríamos rendidos a sus pies en adoración y ¡me quito el sombrero!
Pbro. Lic. Saúl Ragoitia Vega