01de enero de 2019, San Francisquito, Qro.
La Voz del Párroco, Boletín Parroquial Missio, n.32
Al incio de este nuevo año, quiero desearles abundantes bendiciones, y recordar lo que al principio de mi servicio entre ustedes les decía: “invito a que la parroquia sea casa de todos”, y en este sentido hemos intensificado nuestro esfuerzo misionero de tal manera que en cada familia brille la luz de Cristo. Al respecto, queremos hacer uso de nuestro boletín “MISSIO”, para que sea llevado por los misioneros a cada familia de nuestra comunidad parroquial, y sea un enlace para estar “mas familiarizados” y unidos como comunidad parroquial, y sentirnos todos como “en casa”.
La Parroquia, familia de Dios
La parroquia, más que un territorio, estructura o edificio, es una comunidad de fieles, es decir, una comunidad en donde se descubre el rostro familiar y cercano de la Iglesia.
La Parroquia, la gran “familia de Dios, como fraternidad, animada por el Espíritu de la unidad, es una casa de familia, fraterna y acogedora, es la comunidad de los fieles”(cfr. Christifideles Laici, 71) en donde cada uno de sus miembros descubre su identidad, su pertenencia y el sentido de su existencia; es la comunidad formadora de personas; donde se trasmite la vida de gracia; donde se forman los auténticos discípulos misioneros de Jesucristo, donde se celebra la fe y se vive la comunión.
La parroquia comunidad de comunidades
La Parroquia “es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Christifideles Laici, 26). Es la casa común, donde todos son bien acogidos, la “fuente de la aldea donde todos acuden a calmar su sed”, tal como lo describía S.S. Juan XXIII. Es “el lugar de la comunión de los creyentes y, a la vez, signo e instrumento de la común vocación a la comunión” (Christifideles Laici, 27).
La parroquia es el lugar de encuentro del cristiano, de las familias, en donde se da la comunicación fraterna de personas y de bienes. Las parroquias son células vivas de la Iglesia(Apostolicam Actuositatem, 10) y lugares privilegiados en donde las familias pueden vivir la experiencia de encuentro con Cristo y de su Iglesia. Las parroquias “encierran una inagotable riqueza comunitaria porque en ellas se encuentra una inmensa variedad de situaciones, de edades y de tareas. Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes, las Parroquias brindan un espacio comunitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente”.(Docto de Aparecida, 304) Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión, donde la Palabra de Dios sea acogida, se celebre la Eucaristía, de tal manera que la comunidad parroquial, siguiendo el ejemplo de la primera comunidad cristiana (cfr. Hch. 2,46-47), se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía, acudan a la enseñanza perseverando en la catequesis, en la vida sacramental y en la práctica de la caridad.
“La Parroquia, casa de todos”
Con todo esto les digo, esta es su casa, su hogar, formemos una familia, los invito a que juntos cuidemos de nuestra casa, que nadie se sienta un extraño, ajeno o arrimado. Y como en nuestra casa, lo importante no son los muros, sino los que habitan en ella, ¡cómo no cuidar de nuestros abuelitos!, ¡cómo no valorar la labor de papá y mamá, no solo en llevar el pan de cada día a la mesa, sino de educar a los hijos!, ¡cómo no impulsar en su crecimiento a nuestro niños, adolescentes y jóvenes!¡cómo no llorar con los que sufren por verse atrapados en las redes del alcoholismo y drogadicción!, ¡cómo no cuidar de nuestros enfermos, de dignificar y apoyar al pobre y necesitado! ¡cómo no hacer fiesta de la vida, con nuestra cultura y tradiciones desde nuestra fe! ¡cómo no hacer de nuestra familia la Iglesia doméstica!
Así tiene que ser nuestra parroquia, tu casa, nuestra casa, en donde todos encuentren la fuente donde puedan saciar su sed, el cobijo, el consuelo, la misericordia, su dignidad, su alegría y su esperanza. Donde podamos ser con el otro, eso es familia, eso es la parroquia. Donde vivamos el encuentro con Jesucristo y testimoniemos nuestra fe.
Pbro. Lic. Saúl Ragoitia Vega